La xenofobia y el racismo son construcciones del intelecto que han ido arraigando en las mentalidades a lo largo de los siglos. La estrategia jurídica de por sí sola ha resultado insuficiente para combatir estos fenómenos, porque sólo apunta a la parte más visible del iceberg. Se necesita una estrategia intelectual para llegar al fondo histórico y cultural de ambas plagas, a fin de extirparlas de las mentalidades.
John Rex: El racismo enmascarado
El dramaturgo alemán Bertolt Brecht decía, en plena Segunda Guerra Mundial, que “el vientre que ha gestado la bestia inmunda, todavía es fecundo”. El eco de esta frase resuena hoy todavía como una advertencia seria.
Bien es cierto que la reciente victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos ha asestado al racismo un golpe que puede tener importantes repercusiones en el futuro. No podemos sino alegrarnos de que el sueño de Martin Luther King empiece a ser realidad. Pero, al mismo tiempo, no podemos dejar de pensar en las violencias étnicas que han desgarrado este año a una nación como Kenia, el país de los antepasados paternos del nuevo presidente norteamericano.
El racismo es un mutante. Aún no ha acabado la lucha contra sus exponentes más tradicionales –el antisemitismo, el racismo antinegro y el antiárabe–, cuando vemos que el odio racial se intensifica revistiendo otras modalidades. Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, se está extendiendo en particular la idea alarmante de que existen comunidades potencialmente terroristas, o “terroristógenas” como dicen algunos. Esto muestra hasta qué punto puede ser peligroso amalgamar determinados hechos con factores como la raza, la cultura o la religión.
El racismo no surge de la nada
Esa amalgama impide un análisis certero y una compresión cabal del racismo. Hasta hace algún tiempo, el discurso racista era un “filón” explotado exclusivamente por los partidos políticos claramente identificados como de extrema derecha. No obstante, so pretexto de defender la identidad nacional, luchar contra la emigración clandestina o combatir el terrorismo, ese discurso y los argumentos inherentes al mismo se han ido infiltrando paulatinamente en los programas electorales de algunos partidos democráticos. También hay alianzas gubernamentales que permiten a determinados partidos nacionalistas y de extrema derecha aplicar en la práctica sus ideales xenófobos y racistas, confiriéndoles una legitimidad democrática.
A la instrumentalización del racismo y la xenofobia con fines electorales y políticos viene a añadirse su legitimación intelectual o “científica”, que puede observarse en declaraciones públicas de personalidades famosas, trabajos de investigación universitarios y publicaciones destinadas al público en general.
Recordemos, entre otros ejemplos, la teoría del choque entre las civilizaciones que –en pocas palabras– pretende que el Occidente está amenazado por China y el islamismo. Después de haber elaborado esta idea hacia mediados del decenio de 1990, su autor, el universitario estadounidense Samuel Huntington, se ha dedicado a examinar el peligro que representan para la identidad de los Estados Unidos las poblaciones latinoamericanas asentadas en su territorio. Su libro sobre este tema, titulado Who are we? (¿Quiénes somos?), se ha publicado a principios del presente decenio.
Las ideas racistas o xenófobas expresadas por personalidades que han gozado de notoriedad en un momento determinado de la historia se van abriendo paso en la política, la religión, la literatura, la educación o los medios de información, y acaban arraigándose en las mentalidades. La imagen deformada del árabe no data del 11 de septiembre de 2001, sino que es el resultado de una construcción conceptual muy antigua que se remonta a los primeros contactos entre el islam y la cristiandad. La imagen distorsionada del negro es el resultado de toda una elaboración intelectual para legitimar la trata de esclavos transatlántica y justificar la venta de seres humanos, tratando de demostrar su inferioridad e incluso de cosificarlos y diabolizarlos en toda una serie de obras teóricas y textos jurídicos. Todo esto muestra cuán profundas son las raíces históricas y culturales del racismo y pone de manifiesto que no surge de la nada.
Un silencio explosivo
Un silencio explosivo
Si el choque entre las civilizaciones es una quimera, el multiculturalismo es una realidad. En la nueva Europa, por ejemplo, las identidades nacionales legítimamente heredadas de los Estados-naciones tienen que convivir con otras identidades étnicas, culturales y religiosas. Las primeras se consideran amenazadas y las segundas se sienten frustradas.
Esa frustración no emana sólo de la marginación política, económica y social de las personas a las que –como ocurre en Francia, por ejemplo– se les pide que metan su memoria en el fondo de un viejo baúl y se despojen de su atavío identitario para revestir, como símbolo de su nueva identidad, la indumentaria oficial del país al que han llegado. Esta frustración tiene raíces históricas muy hondas. Ahora bien, no existe prácticamente un debate público sobre las causas profundas de la presencia de comunidades diferentes en el territorio europeo. La colonización y la trata negrera son capítulos de la historia que se ocultan o se minimizan. No hay que olvidar que ha sido preciso esperar nada menos que hasta 2001, para que en la Conferencia Mundial contra el Racismo, celebrada en Durban (Sudáfrica), se reconociese por fin que el comercio transatlántico de esclavos constituyó un crimen contra la humanidad. Deformar o silenciar algunas realidades históricas, e impedir que penetren en las memorias nacionales, sólo puede conducir al desencadenamiento de crisis como las que estallaron en las zonas suburbanas francesas hace dos años.
Cabe preguntarse si Europa no ha descuidado, en su proceso de unificación, el problema fundamental de su reconstrucción identitaria, esto es, del multiculturalismo que la caracteriza en nuestros días. Cuando se observan algunas políticas en materia de emigración, se puede llegar a dudar de que Europa sea consciente de que los emigrados son también portadores de valores humanos y de que el multiculturalismo es un enriquecimiento mutuo. Los extranjeros que vienen a vivir y trabajar en Europa tienen que adaptarse a las reglas sociales de los países que les acogen. Esto no admite discusión. Pero también deben tener la oportunidad de plantar en el jardín europeo algunas de las hermosas flores que poseen.
El multiculturalismo, un elemento central
Como las expresiones contemporáneas del racismo y la xenofobia giran en torno al elemento central del multiculturalismo, el combate actual contra el racismo también debe estructurarse, en definitiva, en torno al multiculturalismo.
Las violencias interétnicas e interculturales que se propagan en todo el mundo como incendios en la sabana, nos muestran que la estrategia jurídica no ha sido suficiente para conjurarlas. Desde luego, la adopción de leyes y reglamentos nacionales e internacionales que condenen el racismo, la discriminación y la xenofobia es esencial, pero así sólo se apunta a la parte visible del iceberg. Si “el vientre que ha gestado la bestia inmunda todavía es fecundo”, esto se debe a que las raíces profundas del racismo no se pueden cortar recurriendo exclusivamente a la vía jurídica.
Es imprescindible recurrir también a una estrategia de índole intelectual y ética, porque sin ella no podremos destruir la mentalidad racista. Esa estrategia debe consistir en: llegar a las raíces profundas, históricas y culturales, del racismo; organizar una movilización contra el arraigo del discurso racista, su instrumentalización por parte de los políticos y su banalización en los medios de información; y reconocer la realidad de la diversidad cultural, étnica y religiosa como base del diálogo entre las civilizaciones, tanto en el plano nacional como internacional. En resumen, debe consistir en enseñar y aprender la convivencia.
Para acabar con la ideología racista, es necesario realizar toda una investigación “arqueológica” de sus causas profundas. La ideología antirracista debe manifestarse en todos los ámbitos donde el racismo se ha infiltrado –la política, la religión, la literatura, la educación, los medios de información, etc.– para acabar arraigándose en las mentalidades.
Doudou Diène, ex Director de la División del Diálogo Intercultural de la UNESCO y Relator Especial de las Naciones Unidas sobre las formas contemporáneas de racismo (2002-2008).
Foto 1 © Ivan de Monbrison
El racismo es un mutante.
Foto 2 © CARF/Gregory J. Smith
La imagen distorsionada del negro es fruto de una elaboración intelectual para legitimar la trata de esclavos.
Foto 3 © François Lafite
La crisis de los suburbios en Francia (Disturbios en la Estación del Norte de París, en abril de 2006).
Información: UNESCO
Verena