sábado, 4 de julio de 2009

La seda tradicional tailandesa conquista el mundo


© UNESCO/Michel Ravassard
El cultivo de la morera y la cría del gusano de seda en Tailandia datan por lo menos del siglo XIII, según testimonios de esa época.

La fabricación tradicional de la seda en Tailandia, prácticamente exangüe hacia mediados del siglo XX, empezó a cobrar un nuevo auge en el decenio de 1950, gracias a la iniciativa de un ciudadano estadounidense, Jim Thomson. Una de sus más firmes aliadas fue la por entonces joven reina Sirikit. Hoy en día, combinando técnicas seculares y modernas, la artesanía de la seda se perpetúa de generación en generación y contribuye a la prosperidad económica del país.

El Domingo de Resurrección del año 1967, un hombre de negocios norteamericano asentado en Tailandia se perdió para siempre en la jungla de Malasia, en circunstancias que nunca pudieron dilucidarse después. El misterio de su desaparición apasionó a los medios de información y el público de Asia, América del Norte y otras partes del mundo. El desaparecido era tan conocido en Tailandia que bastaba con remitirle una carta poniendo simplemente “Jim Thomson – Bangkok” para que llegase directamente a sus manos en una ciudad que, en esa época, contaba ya con tres millones de habitantes.

Los veinte años anteriores a su funesto viaje a Malasia, Jim Thomson hizo algo que muchos otros no consiguen realizar en su vida entera. Se especializó en un arte –el tejido de la seda– del que no sabía absolutamente nada y creó una importante industria sedera en Tailandia. Su casa de Bangkok, llena de tesoros artísticos de la región circundante, era una auténtica joya arquitectónica.

El itinerario vital de Thomson, verdaderamente novelesco, no sólo fue la historia de su realización personal, sino la de la transformación de la vida de miles de personas. En efecto, hoy en día una próspera empresa tailandesa, que lleva su nombre y es mundialmente conocida, surte con artículos de seda los escaparates de los mejores almacenes de las megalópolis del mundo entero y decora con sus telas un número incontable de restaurantes y hoteles en muchos países.


La seda de Bangkok

Foto 2 : © UNESCO/Michel Ravassard
Escena del espectáculo tailandés representado el 18 de mayo en la UNESCO, en el marco del Festival Internacional de la Diversidad Cultural (mayo de 2009).

Jim Thompson, arquitecto de formación, descubrió Tailandia en 1945, cuando fue destinado a Bangkok como oficial del ejército estadounidense. Seducido por los encantos de la capital tailandesa de aquellos tiempos –sus habitantes siempre sonrientes, sus animados mercados, sus calles sin inmuebles altos y sus frecuentados canales, vías de transporte esenciales dado el escaso número de automóviles– decidió instalarse en ella al finalizar su servicio militar.

Desde que llegó a Tailandia, Thompson empezó a coleccionar piezas de seda de este país por atraerle tanto su sorprendente combinación de colores como la textura irregular que las diferencia de las fabricadas en Japón y China. Esa consistencia especial del tejido se debe a la calidad de los gusanos de seda.

Aunque el cultivo de las moreras y la cría de gusanos existían en el reino de Siam por lo menos desde el siglo XIII, según atestiguó por ese entonces un diplomático chino, los tejidos de seda tailandeses sólo cobraron fama gracias al ex arquitecto norteamericano. Cuando éste se instaló en Bangkok, los tejedores eran ya poco numerosos y sólo algunos artesanos musulmanes del barrio de Benkrua seguían practicando en familia el modo de fabricación tradicional. Resuelto a comercializar los artículos de seda de Tailandia, Thompson se puso en contacto con ellos. La mayoría se mostraron recelosos, pero uno de los cabezas de familia, movido por la curiosidad, se decidió acometer la empresa propuesta por el norteamericano. Así dio comienzo la gran aventura de la seda tailandesa.

En 1947, con una maleta cargada de muestras de seda, Thompson tomó un avión con rumbo a Nueva York. Cautivada por los tejidos, la encargada de una casa de modas le ofreció de inmediato su apoyo. De vuelta a Bangkok, fundó una sociedad de la que fue accionista principal y director. Administró la empresa con nuevos métodos, empleando principalmente a mujeres y permitiéndolas trabajar en el hogar para no alterar su vida familiar. Thomson también introdujo importantes innovaciones en la fabricación, sustituyendo los tintes vegetales por los químicos, pero procurando siempre conservar los colores ancestrales.

A principios del decenio de 1950, Thompson abrió en Bangkok un almacén de tejidos que tuvo un éxito fulgurante. La reina Sirikit, que nunca había escatimado sus esfuerzos para promover la artesanía y el patrimonio cultural tailandeses, visitó muy pronto la tienda, convirtiéndose en su clienta más célebre e influyente. En sus visitas oficiales al extranjero llevaba siempre vestidos confeccionados con piezas de seda tradicionales que, en Europa, atrajeron poderosamente la atención del gran costurero francés Pierre Balmain y otros creadores del mundo de la moda. En los Estados Unidos, después haber creado el vestuario de la famosa película musical de Walter Lang, El rey y yo, la diseñadora Irene Sharaff contribuyó a realzar el prestigio de la seda tailandesa utilizándola en muchos otros filmes. La industria de la seda de Tailandia empezó así a recibir pedidos del mundo entero


Preservar la tradición

Foto 3 : © UNESCO/Michel Ravassard
El arte tailandés de tejer la seda presentado en la UNESCO, con motivo de la celebración del Festival Internacional de la Diversidad Cultural (mayo de 2009).

En el decenio de 1970, la sericultura tradicional se implantó en la provincia de Khorat, situada al nordeste del país. En una visita a esta región agrícola pobre, la reina Sirikit se percató de las dificultades económicas de las familias campesinas y les propuso iniciar la producción de tejidos de seda con tintes tradicionales. En 1976, la reina creó la Fundación SUPPORT para fomentar la artesanía en las zonas rurales y conservar las técnicas de fabricación ancestrales. Hoy en día, unas mil familias poseen sus propios huertos de moreras y crían gusanos de seda en sus casas. Cuando finaliza el ciclo de formación de los capullos, al cabo de 23 días, los campesinos los venden a la granja de la empresa Jim Thompson.

Actualmente, la operación esencial de tejer los hilos de seda la llevan a cabo unos 600 tejedores de ambos sexos. La técnica heredada de las generaciones anteriores se transmite a las más jóvenes. Para la impresión de los tejidos se recurre a sistemas tradicionales, como el estarcido con patrones de madera, o a la utilización de impresoras digitales ultramodernas. El control de calidad y el acabado a mano de los productos son dos imperativos del proceso de fabricación que permiten lograr un equilibrio entre la artesanía y la industrialización.

Tal como vaticinó el hombre de negocios estadounidense, acometer la empresa de fabricar seda con métodos tradicionales en Tailandia era una gran aventura que sólo podía aportar prosperidad a este país. Hoy, el 90% de los accionistas de la firma Jim Thompson son tailandeses, y un tercio de ellos son los hijos y nietos de los primeros tejedores musulmanes de barrio de Benkrua.

Texto basado en la conferencia pronunciada en la UNESCO por Eric B. Booth, de la Jim Thompson Thai Silk Company, durante el Festival de la Diversidad celebrado el pasado mes de mayo.


No hay comentarios.: