domingo, 24 de mayo de 2009

Los monos, el escorpión y la serpiente


© UNESCO/Yves Bergeret
Según la tradición, la cobra es guardiana de la lengua toro tegu, que se habla en el territorio dogon (Malí).


La piedra es palabra mineralizada, el agua es palabra reidora, el grano plantado es palabra promesa: la lengua toro tegu, hablada en la actualidad por cinco mil dogón en el norte de Mali, concibe cada elemento de lo real como su parte integrante.

Es mi vigésimo día de trabajo con los pintores dogón de Koyo, en lo alto de su montaña tabular, en el norte de Mali. En lo oscuro de la noche, estamos tendidos sobre esteras ante la casa de tierra en pleno corazón de la aldea que me atribuyeron; los pintores campesinos y yo estamos exhaustos, pero felices por los poemas sobre tejidos que acabamos de crear a pleno sol. El más joven de los pintores prepara té. La conversación tiene por tema los ancestros.

De repente siento un dolor muy vivo en mi mano izquierda. Enfoco con la linterna y ahí está: ¡acaba de picarme un escorpión blanco! Lo mato. Estoy trastornado, imagino que dentro de una hora todo habrá terminado para mí. Luego pienso que tengo por delante media hora de tranquilidad –relativa– antes de que empiecen las convulsiones. Pregunto al jefe de la aldea si tiene algún medicamento tradicional dogón contra ese veneno. “No”, dice, “espera y vas a ver”. La conversación se reanuda. La mano y el brazo me duelen muchísimo, me queman. Dos horas después todo ha terminado. Duermo profundamente. El jefe de la aldea se quedó a dormir a mi lado. Misterio.

Tres días más tarde nos encontramos, a una decena de kilómetros de la aldea, los ocho, es decir los seis pintores, el jefe, y yo, al pie del acantilado desde donde después de cada tormenta de la época de lluvias se precipita una poderosa cascada. Un lugar donde el agua atrona, habla y canta casi todo el verano y es fuente de numerosas leyendas. Hay grutas que contienen signos gráficos muy antiguos, pero no ignoro que ahí viven muy temibles cobras. Hablo con los pintores y les pregunto si tienen consigo algún medicamento contra su veneno. “No. Por favor, siéntate. Te vamos a explicar”.


Todo lo real es palabra

Aquí reúno cuanto se me ha transmitido, esta mañana y anteriormente, por medio de los signos gráficos que crean los pintores cuando narramos la profunda vida de estos lugares en nuestros poemas-pinturas.

Todo lo real es palabra. Ella es cabal y madura en la meseta de la cumbre de las montañas. Las bellas piedras redondas o planas son palabra mineralizada. El agua es palabra reidora, el cielo y su prefiguración lejana, la nube y su gestación y la lluvia en su gozoso clamor. El grano sembrado es una palabra promesa: y si el cultivador canta refuerza su fertilidad. Se cultiva con la azada y la palabra cantada.

La lengua de mis compañeros se llama toro tegu, “palabra de la montaña” y forma parte de la quincena de lenguas dogón. Sus locutores suman 5.000 personas. Los dogón de esta etnia se autodenominan toro nomu, “gente de la montaña”.

Lo característico de la comunidad de la aldea de Koyo, de unas 500 almas, es activar la fertilidad de la palabra por las prácticas agrícolas y por los ritos. La comunidad se divide en pequeños grupos de seis a ocho personas vinculadas para siempre y que comen en común al menos una comida diaria: el grupo encargado de los graneros colectivos que son “reservas de palabras”, el grupo encargado de los ritos para propiciar la lluvia, el grupo encargado del mantenimiento de los senderos para subir al acantilado, etc. Cada grupo tiene por supuesto un ancestro referente y que actúa solo por el conjunto de la comunidad.

La armonía dinámica de lo real es regularmente refundada por cantos y danzas nocturnas de un grupo especializado de “mujeres mayores”. En su coreografía ejecutan en forma repetitiva un amplio gesto horizontal del brazo derecho que es el de sembrar la palabra tal como ocurre cuando se siembran semillas.


La palabra en acción

Los pintores, el jefe de la aldea y yo – el poeta de la palabra escrita –, formamos desde 2002 un grupo de palabra. Sobre tejidos o papeles que extendemos como tierra de cultivo fino sobre la roca plana, expongo los “granos” del poema y ellos los “granos” de los signos gráficos. Esos tejidos y papeles fueron expuestos en muchos sitios. Esa “cosecha” procura un financiamiento, alimenta a la aldea. Con ella hemos construido en el marco de un proyecto de desarrollo de la aldea, una escuela, cinco retenciones de agua que permitieron duplicar las superficies de cultivo, tres “Casas de Pintores” que pueden visitarse, etc. [ver “Koyo, un espacio de diálogo entre dos culturas”, El Correo de la UNESCO, n° 4, 2008].

Nuestro grupo tiene dos antepasados referentes que enseguida dieron nacimiento a otro grupos de palabra encargados de mantener la escuela, las “Casas de Pintores” y las otras realizaciones de nuestro proyecto de desarrollo. “Hemos decidido que te has convertido en dogón”, me dijeron los pintores; “debes agregar a tu nombre el de los dos ancestros. El último extranjero que se integró entre nosotros lo hizo hace cinco siglos. Es quien pintó signos gráficos en una de las grutas cercanas a la gran cascada. Es uno de nuestros dos antepasados referentes. Pero ahora el es el penúltimo extranjero integrado, el último eres tú”.

Según los toro nomu, todo lo que se encuentra en la cima de la montaña es palabra en acto y en armonía con ella misma. Los animales son también elementos. En cambio, todo lo que se tiende en desnivel hacia abajo en relación a las mesetas de las cimas –un precipicio, una garganta e incluso un llano de cuarenta kilómetros que separa dos mesetas–, tiene un mismo nombre genérico, pondo : allí la palabra es débil, ondulante, sin forma, insegura. Es en particular la palabra de los pastores nómadas que dominan el llano en forma feudal desde hace siglos.

“Nuestros monos, muy numerosos, agitan la palabra en desorden”, continúan los pintores. “En cambio, los escorpiones y las cobras son criaturas por las cuales la palabra se defiende. Si sorprenden a un extranjero lo matan. A nosotros no nos atacan nunca”.
“¡Ah! ¡He aquí por qué la otra noche me picó el escorpión!”
“¡Qué va, aún no entendiste nada! Haz un esfuerzo. Tú hablas toro tegu. Tú te has convertido en dogón. El escorpión se equivocó cuando te picó. ¿Quién está muerto, tú o él?

Yves Bergeret, poeta francés


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